El Edén de Carussa

El otro lado del Averno

5.5.05

El siglo de oro de la caballerosidad

Al leer el post de Ruambo, me he dado cuenta de que hoy día los hombres padecen un mal llamado falta de caballerosidad. Si bien es cierto, también, que las mujeres vivimos en una total ausencia de conductas propias de una dama. Ni los hombres nos ofrecen el brazo ni nosotras llevamos un frasquito de sales. Y las cosas están bien así; pero no puedo evitar mirar con cierta nostalgía difusa al siglos XIX, a la cortesia y los modales de su gente. De su gente pudiente, claro.
Esto se debe, básicamente, a dos influencias de mi infancia: ver reiteradamente "lo que el viento se llevo" y "mujercitas" Y luego pasa lo que pasa, que una quiere ser una sufragista y corretear libre y perpetuamente soltera. Pero se da cuenta de que ha llegado tarde, porque ya queda poco por lo que luchar, y ser solterona ya no rompe esquemas y todos somos "libres". Jode un poco, la verdad...
Así que sólo me queda mirar al pasado y fantasear.
Sería curioso aplicar los modales del XIX al mundo actual. Por ejemplo: macrodiscoteca, todo el mundo pegando saltos en la pista al son de una horrenda música disco. Ellas con su botas y sus minifaldas y ellos con su pantalon con potra hasta la rodilla. Entonces uno se acercaría a una y le diría algo como: "Perdone señorita, tiene todos sus merengues comprometidos"? Y ella le diría que sí, que tiene el carnet de baile casi completo, pero que aun le quedan dos bachatas, y el se "conformará"
Otro ejemplo, la discoteca cierra y la gente sale en manadas, a esperar el taxi o el bus. Llueve. Las muchachas llevan poca ropa, claro. Entonces se ve a una joven aterida de frio y su "pretendiente" se acerca y le pone "el plumas" por los hombros, le ofrece el brazo y la compaña hasta el autobus, una vez allí, subirá el primero y le tenderá la mano para que suba ella, comodamente. Curioso, psicodélico incluso.
El siglo XIX era una época bonita, si eras de buena familia, claro.

3.5.05

Estimado doctor:

Le escribo esta carta para comentarle algo que me viene sucediendo de vez en cuando, como es el caso de hoy. Ya hemos hablado de lo contraproducente de situar a la Mujer en un altar, haciéndola de difícil acceso. Sí, ya sé, también son humanas. Lo que quiero contarle tiene cierta relación, pero estará de acuerdo conmigo en que a priori no parece negativo en absoluto.
Me explico: a veces, se despierta en mí una fuerte necesidad de proteger, cuidar, ayudar; me refiero a una mujer, por supuesto. Sin ir más lejos hoy ha llegado a la parada del bus en la que estaba yo una pobre mozalbeta calada hasta los huesos por la lluvia; y, si no me tomara por loco y si la timidez que ya sabe usted que tengo no estubiera presente, me sentiría muy tentado a cederle mi chaqueta. No se ría por favor, je je. Arranques de caballerosidad de este tipo, más propios de del siglo XVII y la "vuesa merced", los he tenido bastantes veces; otra cosa es que pasen a realizarse.
Dígame si me equivoco, pero creo que esto es algo parecido a la necesidad de tener hijos y formar una familia que siente, por lo general, la mujer a partir de cierta edad. En mi caso, supongo que se deberá al imperioso deseo de encontrar a alguien, que ya sabe que la "sequía" me agobia, porque no soy de estar solo.
Sin más, y esperando su valoración, un servidor se despide.

Baño de luz

De vez en cuando una foto, un dibujo o una imagen real me causan cierto ataque de inspiración y no puedo evitar escribir, aun si mucho acierto.


Abrió los ojos y vio pasar una manda de caballos salvajes, todos ellos negros, con un brillo casi cegador en el pelaje, algunos tenían las crines rojas, otros plateadas, si bien la mayoría la tenían negra y brillante. No le resultaban caballos normales, a parte del peculiar brillo de su pelaje, eran demasiado altos, elegantes y fuertes a la vez.
Se fijó bien, y vió que entre ellos cabalgaba una mujer. Curiosamente se posaba de rodillas sobre el lomo del caballo y no se inmutaba en la salvaje carrera del caballo, sino que acompañaba dulcemente sus movimientos, como si de un baile se tratara.
La muchacha levantó sus brazos y señaló enérgicamente al cielo. Como obligadas por ella, las nubes se apartaron y la luna brilló con todo su esplendor. Pronto se formo un espéctaculo de luz y reflejos en las crines y pelajes de los caballos. Lejos de pasar desapercibida en tal baño de luz, la joven resplandeció y se iluminó su piel. Aparecieron pegadas en su espalda dos brillantes alas que reflejaban una luz ligeramente azulada.
Se puso de pie sobre el animal. Señalaba a unos caballos y a otros, consiguiendo, con los fuertes gestos de sus brazos, confinar a la manada en una línea recta.Una vez apaciguados los animales, se bajó de su córcel y se dirigió al lago, allí se lavo la cara y contempló su reflejo en el agua.
Igualmente la miraba, desde la lejanía, nuestro pequeño intruso. No podía desviar sus ojos de aquella larga melena plateada, de aquella piel pálida y de aquel sensual cuerpo, cubierto por lo que parecía ser una armadura, resistente y dura, pero ligera como la seda y levemente transparente.
Después de un escaso tiempo de descanso, subió sobre el caballo y cabalgó, seguida de la salvaje manada. Los ojos del extranjero la perdieron, pero perduró en su mente durante esa noche y muchas otras.